SANTOS DE LA SEMANA


23 de Febrero
SAN PEDRO DAMIÁN
Obispo y doctor de la Iglesia
(988-1072)

Si nos dejáramos guiar a veces por las apariencias nuestros errores serían enormes. La Divina Providencia sabe guiar nuestros pasos aunque en tantas ocasiones no lo sepamos apreciar. Así pensaría en el oscuro porvenir este niño que lo abandonan sus padres, que lleva vida de animalillo de muy pequeño, que cuando ya es mayorcillo un hermano suyo lo trata con inusitada crueldad y para que pueda comer lo envía a guardar sus cerdos... Pero el Señor le dio un corazón de oro y unas cualidades nada comunes que después alguien sabrá apreciar. Va un día de camino y se encuentra una moneda de oro. Nunca había visto cosa tan preciosa. En lugar de comprarse algo útil o superfluo, entra en una Iglesia y con aquella moneda encarga que celebren una Misa por sus ya difuntos padres.
Un hermano suyo, que era arcipreste de Ravenna, se encuentra con él y lo toma bajo su cuidado. Le hace que estudie y pronto descubre en él cualidades tan extraordinarias que muy pronto llega a escalar todos los más difíciles puestos, tanto en la cátedra como en la Iglesia. No pensarían los que le vieron llevar vida infrahumana y cuidando puercos que un día llegaría el papa Alejandro II a presentarlo al Episcopado de Francia como su Legado y les escribiría: "Os enviamos al que después de Nos tiene la mayor autoridad en la Iglesia Romana, a Pedro Damián, Cardenal Obispo de Ostia, que es como la pupila de nuestros ojos y el más firme baluarte de la Sede Apostólica...".
Mientras estudiaba fue la admiración de todos sus compañeros y profesores y pronto fue elegido él mismo Profesor de las más renombradas Universidades como Parma, Faenza, Ravenna... A pesar de gustarle tanto la ciencia no le llenaba por completo y aspiró a algo más sólido y duradero. Abandonó el género de vida que llevaba y se entregó al asunto más importante: el de cuidar su alma. Se acababa de fundar un Monasterio en Fontavellana, al pie del Apenino y pidió ser admitido como religioso... Pronto sus cualidades llaman la atención y es elegido por unanimidad superior del Monasterio. Al vestir el hábito, como agradecido recuerdo a su buen hermano que tanto le ayudó, toma su nombre: Damián. Es un modelo de observancia para todos los monjes. Sobre todo se distingue en dos cosas: Su fervorosa y prolongada oración y su penitencia o maceración de su cuerpo. A este tiempo se debe la publicación de su preciosa obra Alabanza de la disciplina, en la que sin intentarlo hace una maravillosa fotografía de sí mismo. "El monje, dice él, debe ser sacrificado y privarse de muchas cosas que tendría en el mundo..."
No eran fáciles aquellos tiempos del siglo XI que le tocó vivir a Damián. A pesar de estar muy metido en su Monasterio y sólo entregado al cuidado de su alma y de sus monjes, aún así veía que algo había que hacer contra tanta hediondez y podredumbre. El Papa Esteban IX le nombró Cardenal, a pesar de que él luchó por verse libre de este honor. Se entregó a predicar por todas partes, como legado de Papas y Reyes, la buena Nueva del Evangelio. Lo hacía con una elocuencia que arrebataba y convencía... El Papa quiso tenerlo cerca de sí y le nombró a la vez Obispo de Ostia. Desde allí ilumina y fustiga las herejías de cualquier tipo: Simonía, relajación de costumbres entre el clero, intromisión de los poderes civiles en lo eclesiástico...
A todos llega su benéfica acción. Recorrió con misiones pontificias varias naciones haciendo que el emperador Enrique IV de Alemania renuncie a su proyectado divorcio. Escribe sobre temas tan candentes y necesarios como el celibato, la virginidad, la entrega a Jesucristo. Dice cosas muy bellas sobre la Virgen María a la que ama con toda su alma y como buen hijo extiende su verdadera devoción por todas sus correrías. De él es esta frase que es todo un programa de vida: "Todos los cristianos tienen que vivir la locura de la cruz y apartarse de toda filosofía terrestre, animal y diabólica, contraria al Evangelio". Murió el 22 de Febrero de 1072 agotado por sus trabajos.

24 de Febrero
SAN MATÍAS
Apóstol

San Matías es el apóstol póstumo de Jesús, que se incorpora al grupo después de la Ascensión del Señor. De varios apóstoles apenas sabemos más que el nombre. De Matías sólo sabemos su nombre y su elección. Es el único apóstol no elegido por Jesús. San Matías el sustituto, podíamos decir.
Después de la Ascensión de Jesús a los cielos, los apóstoles, dóciles a su mandato, descendieron del monte Olivete y se encerraron en el cenáculo. Jesús les había dicho que no se alejaran de Jerusalén y que esperaran allí la venida del Espíritu Santo. Con los apóstoles esperaban también algunas mujeres, y María la madre de Jesús.
Estaban encerrados. Orar era la única actividad. Orar y esperar. No tenían fuerzas para más, hasta que les llegara el aliento de lo alto. Sólo una iniciativa se tomó. Jesús había elegido doce apóstoles y les había dicho que, a su regreso glorioso, los doce se sentarían sobre doce tronos para regir las doce tribus de Israel. Y ahora faltaba un hombre para un trono. Judas Iscariote había apostatado. Había que buscarle un sustituto.
El número doce tenía un alto significado místico en la Biblia. Doce como las doce fuentes de Elim. Como los doce panes de la proposición. Como las doce puertas de la Jerusalén celestial. Como los doce hijos de Jacob. Como los doce cimientos de la muralla de Jerusalén. Como las doce piedras preciosas del pectoral sacerdotal: una sardónica, un topacio y una esmeralda. Un rubí, un zafiro y un diamante. Un ópalo, un ágata y una amatista. Un crisólito, un ónice y un jaspe. Doce, número sagrado en Israel.
Los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen la primera alocución pontificia del primer Papa. Pedro se levantó y dijo: "Hermanos míos, era preciso que se cumpliese lo que el Espíritu Santo profetizó en la Escritura por boca de David acerca de Judas, el que guió a los que prendieron a Jesús... En el libro de los Salmos está escrito: Que su campamento quede desierto y no haya nadie que lo habite. Y también: Que otro ocupe su cargo".
Luego continuó: "Hermanos, es preciso que entre los que están en nuestra compañía desde el principio, es decir, desde el bautismo de Juan hasta el día en que el Señor Jesús nos dejó para subir a los cielos, escojamos uno para que sea testigo de su resurrección".
Puestas estas condiciones, entre las 120 personas que allí se encontraban, dos hombres parecían cumplirlas perfectamente. Y fueron presentados los dos: José, apellidado Barsabá, por sobrenombre Justo, y Matías.
Había que encomendar la elección a Dios. Y como se trataba de dos cosas buenas, siguiendo una costumbre de Israel, recurrieron a la suerte también. Y rezaron así: "Señor, Tú que conoces los corazones de los hombres, muéstranos a cuál de estos dos has elegido para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto dejado por Judas para irse a su lugar. Echaron suertes sobre ellos, y cayó la suerte sobre Matías y fue uno de los Doce".
Nada más dicen los Hechos de Matías. Matías fue fiel a la elección. Algunos escritores antiguos nos lo presentan predicando en Jerusalén, en Judea, en las orillas del Nilo y en Etiopía, hasta sellar sus palabras con su sangre.

25 DE FEBRERO
SAN TARASIO
Patriarca
(750-806)

Para nosotros que vivimos en la "civilización de las imágenes", así llamada por la masiva presencia de los instrumentos audiovisuales, sobre todo el cine y la televisión, tal vez resulte estimulante el recuerdo de un personaje que luchó valientemente por las "imágenes", aunque ésta no sea su gloria principal y las imágenes por las que él combatió eran mucho más "sagradas" que las que nos propone ahora la sociedad de consumo.
La polémica sobre el culto de las imágenes, la llamada lucha iconoclástica, contó entre sus, protagonistas a los emperadores bizantinos León III el Isáurico, Constantino V Coprónimo y León IV Khazaras por una parte, y por otra a San Juan Damasceno y a los patriarcas Germán de Constantinopla y a Tarasio. En realidad, junto a un conflicto ideal, que trataba sobre la ortodoxia, sobre la legitimidad de representar a Dios y al "mundo celeste", prohibido por la ley judía pero no observado por los cristianos, los historiadores hacen notar que había muchas cuestiones de carácter político y hasta económico: en efecto, los defensores de las imágenes eran los monjes, los únicos verdaderos opositores del extrapoder imperial y poderosos económicamente. Pero, como decíamos, Tarasio tiene también otras glorias. Era de familia noble y había sido revestido de la dignidad de senador y jefe de la cancillería imperial.
Aunque era un simple laico, por designación del difunto patriarca Pablo, fue elegido para recibir una difícil herencia, que aceptó con la condición de que la emperatriz Irene y el senado se comprometieran a consentir la convocación de un concilio: sólo así sería posible restablecer la ortodoxia y la paz eclesiástica. Esto se logró, no sin dificultad, en el concilio de Nicea del 787. Tarasio fue también un integérrimo defensor de la moral cristiana y sobre todo del matrimonio, oponiéndose con energía al mismo emperador Constantino VI, que pretendía de él la sentencia de divorcio para poder contraer nuevas nupcias. Tarasio fue también un gran devoto de la Virgen María, a quien saludaba así: "Salve, oh Mediadora de todo lo que hay bajo el cielo; salve, reparadora de todo el universo; salve, oh llena de gracia, el Señor es contigo, él que existía antes que tú y nació de ti, para vivir con nosotros". San Tarasio murió a la edad de 76 años, en el 806 y fue sepultado en el santuario "Todos los mártires"del monasterio fundado en el Bósforo.

26 DE FEBRERO
SANTA MATILDE de HACKEBORN
Abadesa
(1240-1298)

La primera Abadesa de Helfta fue Cunigunda de Halberstadt, la cual murió en 1251 A ella la siguió en el cargo Matilde, que tenía recién 19 años: se desempeñó como Abadesa desde 1260 hasta su muerte en 1299.
Matilde nació en Turingia. Ella provenía de la estirpe de los barones de Hackeborn, quienes poseían tierras en el norte de Turingia y en la zona de Harz y estaban emparentados con los Hohenstaufern. A los siete años fue Matilde a la escuela del convento, entró más tarde en la Orden y se convirtió en directora de la escuela del convento.
Son conocidas sus grandes dotes musicales. Se convirtió en primera cantante en el coro litúrgico, sacristana, bibliotecaria, a ella le fueron confiados los valiosos escritos, copias y pinturas de libros.
Su principal obra se llama "Libro de la corriente de alabanza", en el cual Matilde de Hackeborn escribe: "Yo soy más fácil de alcanzar que cualquier otra cosa Ni un hilo ni una astilla, nada es tan pequeño y tan inferior que uno pudiera atraerlo a sí con un simple acto de la voluntad. A mí en cambio, puede el ser humano llevarme a sí con su simple voluntad".

Santa Josefina BakhitaEsclava, religiosa, santa, de origen sudanés.
Fiesta: 8 de febrero
"Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa".

Bakhita: "Afortunada"
Infancia
Bakhita, que significa "afortunada", es el nombre que se le puso cuando fue secuestrada, ya que por la fuerte impresión, nunca llegó a recordar su verdadero nombre. Josefina es el nombre que recibió en el bautismo.
No se conocen datos exactos sobre su vida, se dice que podría ser del pueblo de Olgossa en Darfur, y que 1869 podría ser el año de su nacimiento. Creció junto con sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela.
La captura de su hermana por unos negreros que llegaron al pueblo de Olgossa, marcó mucho en el resto de la vida de Bakhita, tanto así que más adelante en su biografía escribiría: "Recuerdo cuánto lloró mamá y cuánto lloramos todos".
En su biografía Bakhita cuenta su propia experiencia al encontrarse con los buscadores de esclavos. "Cuando aproximadamente tenía nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: 'Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro de poco'. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma.
Sin sospechar nada obedecí, como siempre hacia. Cuando estaba en el bosque, me percate que las dos personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: 'Si gritas, morirás! Síguenos!'".
Los mismos secuestradores fueron quienes le pusieron Bakhita al ver su especial carisma.
En esclavitud
Luego de ser capturada, Bakhita fue llevada a la ciudad de El Obeid, donde fue vendida a cinco distintos amos en el mercado de esclavos.
Nunca consiguió escapar, a pesar de intentarlo varias veces. Con quien más sufrió de humillaciones y torturas fue con su cuarto amo, cuando tenía más o menos 13 años. Fue tatuada, le realizaron 114 incisiones y para evitar infecciones le colocaron sal durante un mes. "Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal", cuenta en su biografía.
El comerciante italiano Calixto Leganini compró a Bakhita por quinta vez en 1882, y fue así que por primera vez Bakhita era tratada bien.
"Esta vez fui realmente afortunada - escribe Bakhita - porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad".
En 1884 Leganini se vio en la obligación de dejar Jartum, tras la llegada de tropas Mahdis. Bakhita se negó a dejar a su amo, y consiguió viajar con él y su amigo Augusto Michieli, a Italia.
La esposa de Michieli los esperaba en Italia, y sabiendo la llegado de varios esclavos, exigió uno, dándosele a Bakhita. Con su nueva familia, Bakhita trabajo de niñera y amiga de Minnina, hija de los Michieli.
En 1888 cuando la familia Michieli compró un hotel en Suakin y se trasladaron para allá, Bakhita decidió quedarse en Italia.
La conversión a la religión
Bakhita y Minnina ingresaron al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, tras ser aconsejadas por las hermanas. Esta congregación fue fundada en 1808 con el nombre de Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, pero son más conocidas como Hermanas de Canossa.
Recién en el Instituto, Bakhita conoció al Dios de los cristianos y fue así como supo que "Dios había permanecido en su corazón" y le había dado fuerzas para poder soportar la esclavitud, "pero recién en ese momento sabía quién era". Recibió el bautismo, primera comunión y confirmación al mismo tiempo, el 9 de enero de 1890, por el Cardenal de Venecia. En este momento, tomó el nombre cristiano de Josefina Margarita Afortunada.
"¡Aquí llego a convertirme en una de las hijas de Dios!", fue lo que manifestó en el momento de ser bautizada, pues se dice que no sabía como expresar su gozo. Ella misma cuenta en su biografía que mientras estuvo en el Instituto conoció cada día más a Dios, "que me ha traído hasta aquí de esta extraña forma".
La Señora de Michieli volvió de Sudán a llevarse a Bakhita y a su hija, pero con un gran coraje, Bakhita se negó a ir y prefirió quedarse con las Hermanas de Canossa. La esclavitud era ilegal en Italia, por lo que la señora de Michieli no pudo forzar a Bakhita, y es así que permaneció en el Instituto y su vocación la llevó a convertirse en una de las Hermanas de la Orden el 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad.
Bakhita, la religiosa
Fue trasladada a Venecia en 1902, para trabajar limpiando, cocinando y cuidando a los más pobres. Nunca realizó milagros ni fenómenos sobrenaturales, pero obtuvo la reputación de ser santa. Siempre fue modesta y humilde, mantuvo una fe firme en su interior y cumplió siempre sus obligaciones diarias.
Algo que le costó demasiado trabajo fue escribir su autobiografía en 1910, la cual fue publicada en 1930. En 1929 se le ordena ir a Venecia a contar la historia de su vida. Luego de la publicación de sus memorias, se convirtió en un gran personaje, viajando por todo Italia dando conferencias y recolectando dinero para la orden.
La salud de Bakhita se fue debilitando hacia sus últimos años y tuvo que postrarse a una silla de ruedas, la cual no le impidió seguir viajando, aunque todo ese tiempo fue de dolor y enfermedad. Se dice que le decía la enfermera: "¡Por favor, desatadme las cadenas… es demasiado!". Falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, siendo sus últimas palabras: "Madonna! Madonna!"
Miles de personas fueron a darle el último adiós, expresando así el respeto y admiración que sentían hacia ella. Fue velada por tres días, durante los cuales, cuenta la gente, sus articulaciones aún permanecían calientes y las madres cogían su mano para colocarla sobre la cabeza de sus hijos para que les otorgase la salvación. Su reputación como una santa se ha consolidado. Josefina ha sido recordada y respetada como Nostra Madre Moretta, en Schio.
De esclava a santa
Fue santificada por el pueblo, por lo que en 1959 la diócesis local comenzó las investigaciones para encontrarla venerable. Todo salió muy bien y fue así que el 1 de diciembre de 1978 fue declarada Venerable. Por tanto, el proceso para declararla santa empezó con gran auge y el 17 de mayo de 1992 fue beatificada por Juan Pablo II y se declaró día oficial de culto el 8 de febrero.
En la ceremonia de beatificación, el Santo Padre reconoció el gran hecho de que transmitiera el mensaje de reconciliación y misericordia.
Ella misma declaró un día: "Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa".
S.S. Juan Pablo II la canonizó el 1 de octubre del 2000. Lo cual, para los católicos africanos es un gran símbolo que era necesario, para que así los cristianos y las mujeres africanas sean honradas por lo que sufrieron en momentos de esclavitud.

Verdaderamente, Bakhita es la santa africana y la historia de su vida es la historia de un continente, válida para los católicos, protestantes, musulmanes o seguidores de cualquier otro tipo de religión tradicional. Su espiritualidad y fuerza la han convertido en Nuestra Hermana Universal, como la llamó el Papa.

10 de Febrero
SANTA ESCOLÁSTICA
(† 553)
Las fuertes pisadas de los bárbaros recorrían ya todas las vías del Imperio. La capital del orbe, sobre cuyo cautiverio lloró San Jerónimo lágrimas de sangre cuando la tomó Alarico (410), había sufrido otro terrible saqueo de los alanos y de su rey Genserico (455), llamado por la misma Eudoxia, esposa del emperador Máximo. Ahora, acaba de ser depuesto Rómulo Augústulo, verdadero diminutivo de los augustos césares, por el rey de los hérulos, Odoacro (476). Los pueblos germanos se derramaban en aluvión por Italia, las Galias, Hispania y Africa. Godos, visigodos y ostrogodos, vándalos, suevos, sajones, alanos, imponían su paganismo o su arrianismo, mientras el Oriente se enredaba en la herejía cutiquiana. ¡Qué solo iba quedando el Vicario de Cristo, San Simplicio (468~83), sucesor de San León Magno, el gran papa que, al dejarlo pasar humildemente, contuvo al "azote de Dios"...
Cruel es la labor del arado que levanta y vuelca la tierra, pero ella orea los gérmenes fecundos que al fuego del sol florecerán espléndidamente. Así, de esta tierra imperial desbaratada, arada por las lanzas de pueblos jóvenes, brotaría con renovado vigor la fuerza oculta de las antiguas razas. Santa Clotilde convertiría a Clodoveo y al pueblo franco; Leandro e Isidoro se harían dueños del alma visigoda; San Patricio ganaría a Irlanda; San Gregorio el Grande, por medio de San Agustín, evangelizaría a los anglosajones... Y para ser los precursores de la Edad Media, la de las catedrales góticas, la de las abadías insuperables, focos del Espíritu Santo, nacieron en Italia, cerca de la Umbría, en esa "frígida Nursia" que canta Virgilio (Eneida, 1.8 v.715) y de un mismo tallo: Benito y Escolástica.
Se dice que sus padres fueron Eutropio y Abundancia y es seguro que pertenecían a la aristocracia de aquel país montaraz, de costumbres austeras, símbolo de la fortaleza romana, que aun bajo el paganismo había dado varones como Vespasiano, el emperador, y Sertorio, el héroe de la libertad. Si por el fruto se conoce el árbol, grande debió ser el temple puro y el cristianismo de los padres que dieron el ser y la educación a tales hijos. Del varoncito, Benedictus, dijo el gran San Gregorio, su biógrafo, que fue "bendito por la gracia y por el nombre"; de su hermana sabemos, por la misma fuente, que fue dedicada al Señor desde su infancia.
¿Quién influyó en quién? Benito, descendiente de los antiguos sabinos que tuvieron en jaque a los romanos, maduró su carácter cuando todavía era niño. Sin duda, dominó a su hermana, que miraría con admiración al joven, prematuramente grave, llamado a ser padre y director de almas. La ternura, la delicadeza que revela la regla benedictina, la atribuyen, sin embargo, sus comentaristas a la dulce y temprana influencia de su hermanita y condiscípula, Escolástica, en el alma del futuro patriarca.
Como en jardín de infancia, vivieron y se espigaron juntos en la finca paterna, una de esas "villas" romanas, mezcla de corte y cortijo, esbozo familiar de futuros monasterios. Según la moda del día, velaba sobre ellos Cirila, una nodriza griega, que les enseñó a balbucear la lengua helénica. ¡Qué contraste con ese doble sello de Roma y Grecia —toda la cultura antigua impresa en sus primeros años—, no haría esa invasión de los ostrogodos, que en 493 entregaría de nuevo la urbe por excelencia a las tropas de Teodorico!
Con todo, se decidió que Benito iría a Roma ya adolescente, para perfeccionarse en los estudios liberales. ¡Qué dura la separación para estos gemelos, unidos antes de nacer! Escolástica, consagrada a Dios desde su infancia, llevaba, quizá, el velo de las vírgenes; ¡cuánto oraría por el joven estudiante preso de esa Roma fascinadora que, pese a todos los saqueos y a las divisiones del cisma, seguía señoreando al mundo por su arte, por su lujo, por sus escuelas!
Sujeto también a grandes peligros, en ambiente difícil, exclamaba otro hermano de la que esto escribe, héroe de la religión y de la patria: "Nos han imbuido tanto tradicionalismo y catolicismo, que no puedo faltar a lo que tengo dentro. Donde quiera que esté, llevo, como el caracol mi casa a cuestas". Fue el caso de Benito, amparado por su educación y por el incienso de las oraciones de Escolástica, qué cruzó ileso la edad de las pasiones y cuando podía ingresar en un mundo de corrupción, decidió despreciarlo
Tendría cerca de veinte años, que es cuando se coronaban los estudios. Empapado de romanidad y de jurisprudencia, dueño de un lenguaje firme y sobrio, que la gracia castigaría aún más, pues con razón se ha escrito que "el decir conciso es don del Espíritu Santo", Benito se dispuso a imitar a los eremitas del Oriente, que San Atanasio primero, San Jerónimo después, habían dado a conocer a Roma. Buscando una sabiduría más alta que la de los retóricos, acordó dejar sus libros, su familia y su patrimonio, prueba de que su padre había muerto y de que era dueño de sí.
Los santos no llegan de repente al despojo absoluto. Es enternecedor, para nuestra flaqueza, el ver que Benito, desprendido por la distancia del amor fraterno, aún sé dejó escoltar por su "chacha" griega, en el éxodo que le apartaba de Roma y siguiendo la vía Tiburtina le llevaba hacia las montañas sabinas para fijar su tienda en la aldea de Eufide, al amparo de una montaña y de la iglesia de San Pedro. ¿Cómo iba a prescindir él de sus cuidados maternales, tan necesarios para dedicarse, olvidado de sí, a la oración y al apostolado? ¡La quería tanto! Como que lloró con ella cuando la pobre mujer, consternada, vino a mostrarle los dos pedazos en que se partió el cedazo de barro para cernir el trigo que le había prestado una vecina. Benito se puso en oración hasta que los dos trozos se juntaron y floreció el milagro. "¡Es un santo, es un santo!" clamó la vecindad electrizada al enterarse del hecho, merced al entusiasmo de esta nueva samaritana. Y Benito, que huyó siempre de ser canonizado en vida, comprendió el peligro de la vanidad y del cariño, lo urgente que era romper con este último lazo de filial ternura que, aún le ligaba al mundo.
¡Oh qué dramática debió ser la llegada de Cirila a Nursia, refiriendo entre sollozos a Escolástica virgen, y tal vez a su madre viuda, cómo se le había fugado, sin despedirse siquiera, el hijo de su alma! Hacia dónde, Señor, ¡sólo Dios lo sabia! Seguramente hacia una soledad abrupta, donde, lejos de los hombres, trataría a solas con Él.
Los años pasaron. Moriría Abundancia. Escolástica, en su orfandad, se uniría a otras vírgenes compartiendo su vida de oración, de recogimiento y de trabajo. No olvidaba al desaparecido, ni desfallecía, más tenaz que el tiempo, su esperanza.
Nada supo de sus tres años de soledad y penitencia extrema, vestido de la túnica que le impuso el monje Román, en la gruta asperísima de Subiaco, en lucha consigo mismo y con ese tentador que persigue los anacoretas. Ni de que un día le descubrieron los monjes de Vicovaro Y le obligaron a regir su multitud indisciplinada. ¡Cómo hubiera sufrido sabiendo que su hermano estaba en manos de falsos hijos, capaces de servirle una copa envenenada! ¡Y cómo hubiera gozado viéndole huir de nuevo a la soledad y acoger en ella a los hijos de bendición que venían a pedirle normas de vida, en tal número, que hubo de construir doce pequeños monasterios en las márgenes del lago formado por el Anio.
La luz no estaba ya bajo el celemín. Nobles patricios confiaban sus hijos, Mauro y Plácido, al abad de Subiaco; bajo su cayado, trabajaban romanos y godos y habitaban juntos el león y el cordero. Su fama voló hasta Roma, llegó a la Nursia. El padre Benito no podía ser otro que aquel santo joven que huyó de Eufide, dejando una estela milagrosa. Las lágrimas que arranca la noticia del hermano recuperado y que parecía para siempre desaparecido, debieron rodar por las mejillas de Escolástica.
Hubo, sin embargo (la persecución escolta a los santos), un clérigo envidioso, Florencio, capaz de enviar también al santo abad un pan envenenado y un coro de bailarinas que invadiera su recinto santo. Benito había aprendido la lección evangélica de no resistir. Por amor de sus hijos, a los que dejó en buenas manos, desamparó con un grupito fiel la gruta de sus amores y, como otro Moisés camino del Sinal, se dirigió a lo largo de los Abruzos hacia el mediodía, llegó a la fértil Campania y encontró su pedestal soñado, siguiendo la vía latina de Roma a Nápoles. Era el monte Casino, magnífica altura, vestida de bosques y aislada, como palco presidencial, en el gran anfiteatro que forman las cadenas desprendidas de los Apeninos.
Allí, con más de cuarenta y cinco años, el varón de Dios, en la plenitud de su doctrina espiritual, escribió la ley de la vida monástica, ese código inmortal de su santa regla. A poca distancia del gran cenobio, que iba surgiendo como una ciudad fortificada, tuvo la dicha de recobrar en Dios lo que por Él había dejado. Escolástica, madre de vírgenes, volvió a ser la discípula de sus años maduros. No aparecía, se ocultaba; podía decir como el Bautista: "Conviene que Él crezca y que yo disminuya". El santo patriarca, "Ileno del espíritu de todos los justos", florecía como la palma y se multiplicaba como el cedro del Libano. Sus palabras, sus obras, sus milagros, esparcían el buen olor de Cristo sobre el mundo bárbaro. El era el tronco del árbol de vida, cuyas ramas se extenderían sobre Europa para cobijar a innumerables pájaros del cielo. Escondida a su sombra, con raíz vivificante, como manantial oculto que corre por las venas de la tierra, Escolástica, aún más hija del espíritu que de la letra, daba a la religión naciente esa oración virginal, esa santidad acrisolada, esa inmolación fecunda llamada a reproducirse en las exquisitas flores del árbol benedictino: Hildegarda, Matilde, Gertrudis...
Hay que pasar bruscamente del primero al último acto para comprender lo que fue la unión tan humana y divina entre aquel a quien ella llamaba frater y aquella a quien él, respondía soror.
Una vez al año (no es mucho conceder al espíritu y a la sangre), nos cuenta San Gregorio con sencillez evangélica, que se encontraban ambos en una posesión, no muy distante, de Montecasino. Aquel año, ya en el umbral de la senectud, acompañaban al padre abad varios de sus hijos, a Escolástica no le faltaría su compañera. ¡Oh, cuán bueno habitar los hermanos en uno! En el gozo de aquella reunión alternaron divinas alabanzas y santos coloquios, que se acendraron en la intimidad de la refección, al caer las sombras de la noche. Era quizá la hora de completas, cuando canta el coro monástico el Te lucis ante terminum, pero en el calor de la conversación, se había hecho tarde y Escolástica creyó poder rogar:
—Te suplico que esta noche no me dejes, a fin de que, toda ella, la dediquemos a la conversación sobre los goces celestiales.
—¿Qué dices, oh hermana? ¿Pasar yo una noche fuera del monasterio? ¡Cierto que no puedo hacerlo!
Y al conjuro de la observancia, el Santo miraba la serenidad del cielo y se disponía a marchar. Escolástica, que conocía su firmeza, optó por dirigirse a la suprema Autoridad. Decía su santa regla: "Tengamos entendido que el ser oídos no consiste en muchas palabras, sino en la pureza de corazón y en compunción de lágrimas" (c.20). Sus manos cruzadas para suplicar cayeron sobre la mesa y, apoyando la frente entre sus, palmas, comenzó a llorar en la divina presencia.
Benito la miraba sobrecogido, dispuesto a no ceder, cuando ella alzó la cabeza y un trueno retumbó en el firmamento, Corrían las lágrimas por el rostro de Escolástica y un aluvión de agua se derrumbaba desde el cielo, repentinamente encapotado.
—El Dios omnipotente te perdone, oh hermana. ¿Qué has hecho?
Ella respondió:
—He aquí que te he rogado y no has querido oírme; he rogado a mi Dios y me ha oído —y añadió, con una gracia triunfal, plenamente femenina—: Sal ahora, si puedes, déjame y vuelve al monasterio.
Y, pese a su contrariedad, se vió precisado el Santo a pasar toda la noche en vela, fuera de su claustro, satisfaciendo la sed de su hermana con santos coloquios.
Al día siguiente se despidieron los dos hermanos, regresando a sus monasterios. Sólo tres días habían pasado cuando, orando San Benito junto a la ventana de su celda, víó el alma de su hermana que en forma de blanquísima paloma "salía de su cuerpo y, hendiendo el aire, se perdía entre los celajes del cielo". Lleno de gozo, a vista de tanta gloria, cantó su acción de gracias y llamando a sus hijos les comunicó el vuelo de Escolástica, suplicándoles fueran inmediatamente en busca de su cuerpo para trasladarle al sepulcro que para sí tenía preparado.
Hace catorce siglos que las reliquias de ambos hermanos, fundidas en el seno de la tierra madre, germinan incesantemente en frutos de santidad. Porque "todo lo que nace de Dios vence al mundo", sobrevive San Benito, en su monasterio y en su Orden, a todas las injurias de los tiempos. La vida oculta de Santa Escolástica tiene el valor de un símbolo. Ella encarna el poder de la oración contemplativa, "razón de ser de nuestros claustros", la que, en alas de un corazón virginal, lleno de fe, arrebata a los cielos su gracia y la derrama a torrentes sobre esta tierra estéril, pero rica en potencia, que con el sudor de su frente labran los apóstoles y que fue prometida a los patriarcas...

SAN BLAS


San Blas (año 316)
++++++++++++++++++
Blas significa: "arma de la divinidad".(año 316)
San Blas fue obispo de Sebaste, Armenia (al sur de Rusia).
Al principio ejercía la medicina, y aprovechaba de la gran influencia que le daba su calidad de excelente médico, para hablarles a sus pacientes en favor de Jesucristo y de su santa religión, y conseguir así muchos adeptos para el cristianismo.
Al conocer su gran santidad, el pueblo lo eligió obispo.
Cuando estalló la persecución de Diocleciano, se fue San Blas a esconderse en una cueva de la montaña, y desde allí dirigía y animaba a los cristianos perseguidos y por la noche bajaba a escondidas a la ciudad a ayudarles y a socorrer y consolar a los que estaban en las cárceles, y a llevarles la Sagrada Eucaristía.
Cuenta la tradición que a la cueva donde estaba escondido el santo, llegaban las fieras heridas o enfermas y él las curaba. Y que estos animales venían en gran cantidad a visitarlo cariñosamente. Pero un día él vio que por la cuesta arriba llegaban los cazadores del gobierno y entonces espantó a las fieras y las alejó y así las libró de ser víctimas de la cacería.
Entonces los cazadores, en venganza, se lo llevaron preso. Su llegada a la ciudad fue una verdadera apoteosis, o paseo triunfal, pues todas las gentes, aun las que no pertenecían a nuestra religión, salieron a aclamarlo como un verdadero santo y un gran benefactor y amigo de todos.
El gobernador le ofreció muchos regalos y ventajas temporales si dejaba la religión de Jesucristo y si se pasaba a la religión pagana, pero San Blas proclamó que él sería amigo de Jesús y de su santa religión hasta el último momento de su vida.
Entonces fue apaleado brutalmente y le desgarraron con garfios su espalda. Pero durante todo este feroz martirio, el santo no profirió ni una sola queja. El rezaba por sus verdugos y para que todos los cristianos perseveraran en la fe.
El gobernador, al ver que el santo no dejaba de proclamar su fe en Dios, decretó que le cortaran la cabeza. Y cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio iba bendiciendo por el camino a la inmensa multitud que lo miraba llena de admiración y su bendición obtenía la curación de muchos.
Pero hubo una curación que entusiasmó mucho a todos. Una pobre mujer tenía a su hijito agonizando porque se le había atravesado una espina de pescado en la garganta. Corrió hacia un sitio por donde debía pasar el santo. Se arrodilló y le presentó al enfermito que se ahogaba. San Blas le colocó sus manos sobre la cabeza al niño y rezó por él. Inmediatamente la espina desapareció y el niñito recobró su salud. El pueblo lo aclamó entusiasmado.
Le cortaron la cabeza (era el año 316). Y después de su muerte empezó a obtener muchos milagros de Dios en favor de los que le rezaban. Se hizo tan popular que en sólo Italia llegó a tener 35 templos dedicados a él. Su país, Armenia, se hizo cristiano pocos años después de su martirio.
En la Edad Antigua era invocado como Patrono de los cazadores, y las gentes le tenían gran fe como eficaz protector contra las enfermedades de la garganta. El 3 de febrero bendecían dos velas en honor de San Blas y las colocaban en la garganta de las personas diciendo: "Por intercesión de San Blas, te libre Dios de los males de garganta". Cuando los niños se enfermaban de la garganta, las mamás repetían: "San Blas bendito, que se ahoga el angelito".
A San Blas, tan amable y generoso, pidámosle que nos consiga de Dios la curación de las enfermedades corporales de la garganta, pero sobre todo que nos cure de aquella enfermedad espiritual de la garganta que consiste en hablar de todo lo que no se debe de hablar y en sentir miedo de hablar de nuestra santa religión y de nuestro amable Redentor, Jesucristo.